La educación es uno de
los pilares básicos de la sociedad, no hace falta ser un científico ni un
académico para darse cuenta de su vital importancia. El sistema educativo es
una proyección de la sociedad del futuro, la organización del mismo configura las
habilidades y actitudes de las alumnas hacia un tipo de actividades u otras, se
puede fomentar que surjan nuevas generaciones formadas, capacitadas para el
manejo de las nuevas tecnologías y el conocimiento de las herramientas
necesarias para una adaptación cualificada en la economía del conocimiento y la
información, o se puede apostar por una formación de baja intensidad, un
sistema que actúe como fábrica de trabajadoras precarias, poco cualificadas,
condenadas al segmento del mercado laboral con mayores índices de paro y
temporalidad, bajos salarios y constante rotación en los puestos de trabajo.
Según mi análisis, el
modelo educativo que el pensamiento dominante neoliberal que se viene
implantando en España en los últimos años es un híbrido entre ambos, ser
encauzado hacia una vertiente u otra depende fundamentalmente de la procedencia
social de las alumnas, fundamentalmente del origen socioeconómico, aunque
también del origen étnico. Como dijo el sociólogo Pierre Bordieu “El origen social define las posibilidades de
escolarización, determina los modos de vida y de trabajo completamente
diferentes, es el único factor cuya influencia irradia en todas las
direcciones…comenzando por las condiciones de existencia”. El gasto
educativo por hija se multiplica a medida que los padres poseen mayores
ingresos y titulaciones académicas de
mayor cualificación, siendo uno de los capítulos de gasto familiar que más
diferencias presenta entre los distintos estratos sociales. Por otra parte, las
hijas de padres con mayor capital cultural reciben una educación informal, que
a pesar de no ser tan fácilmente medible, otorga a sus descendientes una mayor
predisposición a hábitos que contribuyen al éxito escolar, como la lectura, o
el interés por determinadas obras científicas y artísticas.
El actual modelo educativo español condena a las
hijas de las personas de las clases populares y trabajadoras a una desigualdad
perpetúa, ya que no sólo no establece mecanismos para limar el déficit cultural
que puedan tener con respecto a las hijas de personas de estratos sociales más
altos, sino que aumenta la brecha, quedando configurado como un sistema dual.
Un sistema privado-concertado para los descendientes de las clases altas y
medias-altas, (potenciado a base de exenciones fiscales para los padres de los alumnos,
o de regalos urbanísticos para los promotores de este tipo de centros) en el
cual se ofrece a las estudiantes una educación basada en un alto nivel de
enseñanza de lenguas foráneas y una inversión tecnológica por alumno elevada (de
tal forma que se adquieren las
competencias más requieren las empresas para los puestos de trabajo con cierto
grado de cualificación, idiomas e informática). Esto implica un relego de la
educación pública a un segundo plano, una educación pública encargada de formar
ciudadanas de segunda, masificada (sólo hay que ver el aumento de ratios hasta
30 alumnos por clase en secundaria, 36 en primaria y ¡42! en Bachillerato) y
con medios menguantes, con un reciente recorte de unos 3.000 millones de euros
a nivel estatal y superior a 200 millones de euros sólo en la Comunidad de
Madrid.
La paulatina
degradación de la educación pública es algo premeditado, ejecutado desde una
clara visión política e ideológica y acelerada bajo la coartada de la crisis.
El resultado es una educación ‘guettizada’, concebida como un servicio mínimo
para las clases populares entre las que destaca un alto porcentaje de
inmigrantes, sectores que por su nivel de renta no pueden permitirse el coste
de centros privados. Con ello se fomenta que las rentas medias inviertan los
cada vez menores excedentes presupuestarios domésticos en pagar centros privados
y concertados a sus hijas. Las consecuencias sociales de este hecho son
enormes, se pretende construir una clase media que aspire a la posición social
de las clases dominantes, sometiéndola a enormes sacrificios presentes que
teóricamente se derivarán en un ascenso social futuro (algo más que discutible
viendo las perspectivas socioeconómicas de mi generación), de tal forma que
ideológicamente se cree una alianza entre rentas medias y altas para perpetuar
el sistema, rompiéndose el modelo progresista por el cual los servicios
públicos son dotados de una calidad puntera que atrae no sólo a los sectores
populares, sino a sectores de mayor poder adquisitivo, creándose un efecto nivelatorio entre los
distintos estratos sociales, que si bien no corrige las deficiencias de un
sistema como el capitalista, basado estructuralmente en la polaridad social,
las atenúa, ofreciendo una mayor igualdad de oportunidades a las personas
procedentes de los estratos más desfavorecidos.
Las titulaciones y los
centros de estudio con mayores conexiones con las estructuras del poder
económico y político están en manos privadas, de tal forma que garantizan la reproducción
social y el mantenimiento de los privilegios de las clases dominantes. Escuelas
de negocios, cursos de idiomas avanzados, masters enfocados a la dirección y la
administración del sistema productivo, grados de FP con un alto grado de carga
tecnológica, son ejemplos de las titulaciones que garantizan una posición
social alta. Para las alumnas con sus progenitores en paro o con trabajos poco
cualificados, acceder a este tipo de formación es prácticamente una quimera, y
más cuando entre los recortes educativos también se reduce el sistema de becas,
que lejos de ser suficiente, constituye un importante mecanismo de compensación
para aquellas alumnas talentosas y sin recursos.
Unos recortes que
también plantean una importante subida de tasas en la Universidad Pública, y
que ponen en peligro uno de los mayores logros sociales de España. Las luchas
populares no sólo trajeron un régimen democrático ( con las limitaciones que
observamos cada vez más a menudo) al país, sino que obligaron al Estado
(tradicionalmente gobernado por la oligarquía que financió y organizó la
dictadura fascista) a recuperar el tiempo perdido en el desarrollo del Estado
de Bienestar, de tal forma que aumentó el gasto público en educación, y en
cuestión de escasas décadas se pasó de un país con una tasa de licenciados
universitarios exigua a un nivel porcentual equiparable al de los países
económicamente más desarrollados de Europa Occidental. La victoria de los
sectores populares se podía objetivar en el hecho de que muchas personas de la
nueva hornada de licenciados procedían de familias mayoritariamente compuestas
por obreros con ocupaciones basadas en el trabajo manual.
La subida de tasas,
estimada aproximadamente en un 60% supone un freno para la matriculación de
personas con pocos recursos, algo que se ve agravado en el caso de las alumnas
que por necesidades económicas o de otro tipo no puedan dedicarse a estudiar a
jornada completa, ya que el nuevo sistema de tasas penalizará de forma severa a
aquellas estudiantes que se matriculen por segunda y sucesivas veces en una
misma asignatura. Obligan a sacarse la carrera en los años estipulados y en
primeras convocatorias, olvidando premeditadamente que en el rendimiento
escolar no solo influyen factores de mérito y esfuerzo personal, sino también
factores estructurales. En lo que se refiere a los estudios de postgrado, la
brecha social aumentará enormemente, si los masters y titulaciones similares
eran ya ocupados mayoritariamente por personas de rentas medias-altas y altas (a
mayor nivel de ingresos mayores posibilidades de alargar la vida académica),
esta situación se agravará, ya que los precios de los mismos (altos de por sí) se
quieren duplicar.
En conclusión, nos
acercamos a un sistema que plantea una clara polarización social, un modelo
regresivo que supone un retroceso de décadas en el sistema educativo español.
La movilidad social, el ascenso personal de cohortes procedentes de las clases
populares hacia clases medias y medias-altas fue uno de los mayores elementos
de legitimación de los estados occidentales de la segunda mitad del siglo XX,
algo que se quiere cortar de raíz. Consigas más actuales que nunca, como ‘el
hijo del obrero a la universidad’, parecían cuestiones de otra época,
reivindicaciones obsoletas puesto que ya se había conseguido terminar con la
discriminación según el origen social. Esto último nunca había sido cierto del
todo, pero el sistema ofrecía posibilidades reales de terminar estudios
superiores a todos los estratos sociales, ya no será así. Como bien decía el
lema de la última huelga general ‘quieren acabar con todo’, y la educación es
una parte muy importante del ‘todo’.
Por eso mañana, ¡YO
VOY! a la huelga educativa, es necesaria la unión de todos los sectores
progresistas para detener los recortes, aunque
igual de necesario será recordar a más de alguna de las que nos
acompañen en la huelga (básicamente al PSOE), que apoyando procesos como el
Plan Bolonia o la Estrategia Universidad 2015, han sentado las bases perfectas
para que los recortes actuales se practiquen con tanta impunidad.
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