En
las últimas semanas se están produciendo acontecimientos
trascendentes en la arena política a medida que se acercan las
elecciones europeas; la plataforma Podemos aparece como competidora
de IU para capitalizar el voto de castigo hacia el sistema, la propia
IU cierra su lista electoral, el PSOE intenta ponerse la careta de
fuerza progresista de nuevo (hay que ser idiota para tragárselo), y
por si no tuviéramos suficiente, Jean Marie Le Pen irrumpe en
nuestras pantallas en horario de máxima audiencia con un discurso
populista directo al corazón de la clase obrera.
Al ver a esta tipa por televisión
recordé un programa de la Tuerka en el cual Jorge Vestrynge afirmaba
que estaba por ver quien sería la izquierda del siglo XXI en
Francia, ante esta pregunta el resto de tertulianos se quedaron
sorprendidos, porque es evidente que un partido como el Frente
Nacional nunca podrá representar a la izquierda. Pero si
transformamos la cuestión en términos sociales cobra todo el
sentido del mundo, ¿Quién va a representar a la (descompuesta)
clase obrera en España en el siglo XXI?
Sin
duda, la pregunta está en el aire y más viendo el avance de los
partidos de extrema derecha en Europa y la incapacidad de la
izquierda de resolver los problemas de la gente. Los pueblos de
Europa se ven desprotegidos ante la tiranía del poder transnacional
de la Troika, que exige más y más sacrificios en aras de la sagrada
competitividad. Los salarios bajan, las condiciones de vida se
degradan, el consumo se hunde, aumenta el desempleo, la recaudación
estatal disminuye lo cual sirve como pretexto para el
desmantelamiento ideológico de los servicios públicos.
Ante
esta situación hace falta una respuesta contundente, un movimiento
popular (y nacional) que recupere la soberanía para el pueblo y
ponga freno a la sangría social provocada por el neoliberalismo
salvaje en su versión eurofanática. Izquierda Unida afrontó estas
elecciones con un objetivo político acertado: Unir a las fuerzas
populares para frenar las políticas de la Troika. El proceso por el
cual se ponía en marcha este objetivo no ha llegado a la altura de
lo esperado.
Sería
un error no admitir los puntos positivos del proceso, la
incorporación e CHA, Anova e ICV a la lista es positiva en un
momento en el que la suma de fuerzas es más necesaria que nunca,
pero insuficiente, sobre todo teniendo en cuenta que el acuerdo
programático es débil, en tanto que ICV ni tan siquiera compartirá
grupo parlamentario con IU (prefieren irse a Grupo Verde, cercano al
establishment de la troika). No converger con
Podemos tendrá unas consecuencias aún pendientes de medición a
tenor de los resultados electorales, aunque la plataforma de Pablo
Iglesias merece un punto aparte.
Una
causa directa del fracaso a la hora de conformar la tan anhelada
candidatura popular contra la Troika ha sido la propia estructura de
IU, las cuotas de poder internas que minan su funcionamiento y la
alejan del pueblo al que ha de defender. Cuando se habla de nombres
concretos para elaborar listas se piensa más en equilibrio interno,
en que cada facción/federación tenga su ''parte del pastel'', que
en las necesidades políticas del momento. El mayor ejemplo de este
desacierto son las cabezas visibles de la propia candidatura, Willy
Meyer y Marina Albiol. El primero un político con mucha experiencia,
muy trabajador (él solo ha presentado más propuestas en el
parlamento europeo que todo el grupo parlamentario del PSOE en la
última legislatura), pero incapaz de ser un candidato que genere
entusiasmo y con el que el pueblo pueda sentirse identificado. En
cuanto a Marina Albiol, es una militante a la que no se le conoce
otra ocupación que la militancia, vamos que según la información
que tengo disponible nunca ha estado a pie de tajo, con lo cual tiene
un aroma a la de figura político profesional que tan defenestrado
está por la sociedad, y por mi propia opinión particular. Caso
aparte es la acertada elección de Lara Hernandez como número 5,
precisamente porque es una más de los millones de jóvenes españoles
en el exilio, de las trabajadoras precarias sobrecualificadas para su puesto de trabajo. Sufre
nuestros tormentos, pero por desgracia ¿Qué porcentaje de electores
conoce a la nº5 de una lista electoral? Apenas nadie.
Igual
de grave, o incluso más, son las propuestas ilusorias que claman por
una UE distinta. La UE es un entramado institucional imperialista al
servicio del capital, y desde sus estructuras políticas no hay
margen de maniobra, cualquier iniciativa que se salga de la tiranía
impuesta por la troika será ahogada de forma democrática o mediante
un golpe de estado encubierto en forma de asfixia económica. No hay
que remontarse muy atrás en el tiempo para recordar la campaña de
miedo y extorsión que sufrió el pueblo griego para que no eligieran
como partido de gobierno a Syriza, la coalición de izquierdas
contraria a las medidas de ajuste que están desangrando su país. Es
difícil pronosticar que efectos tendría en nuestra economía
salirse del Euro y romper con las directrices europeas, algo que
quizás no puede prefijarse de antemano y sea una decisión que haya
que tomar con cautela para evitar el ataque de los tiburones
financieros a nuestro país. Lo que está claro es que dentro de la
moneda única nuestra soberanía nacional está secuestrada bajo las
órdenes de la Troika, y no se podrán tomar las medidas necesarias
para cambiar el rumbo del país. Un gobierno sin margen para dictar
las políticas presupuestarias, fiscales y monetarias, es un gobierno
incompetente. Otra Europa es posible, pero otra UE no, o al menos no
lo es con la actual correlación de fuerzas.
La
candidatura de Podemos surge de las carencias de IU, y en un primer
momento me pareció muy positiva porque propugnaba cambios necesarios
dentro de la izquierda. Para empezar, entender que la izquierda no es
tal si no es pueblo, las etiquetas no sirven de nada si el pueblo no
se identifica con ellas, con lo cual es necesaria cierta
transformación de los conceptos si esta ayuda a nuestros objetivos
políticos. Lo importante es hacer palpable la contradicción entre
el pueblo, entre la población trabajadora y precaria, y entre las
élites políticas y económicas que nos imponen desde todos los poderes sus medidas de
recorte social y degradación del mundo del trabajo. Los símbolos clásicos de la izquierda pueden llegar a ser
contraproducentes, más en un país en el que fuimos históricamente
derrotados por la oligarquía y su brazo político franquista.
Por
otra parte, Pablo Iglesias es de las primeras
caras visibles que habla de patriotismo en la izquierda sin
ruborizarse, precisamente sin los complejos de fuerza derrotada de
los cuales son presos los partidos y el movimiento en general. Y esta
cuestión es principal, porque en un contexto en el que la conciencia
de clase está difuminada, y la sociedad en general sufre una grave
crisis de identidad, hay que recuperar la identidad nacional
(respetando la pluralidad de España) como contraposición a las
élites apátridas de la UE y de los políticos del régimen que
venden la soberanía nacional. Sí apoyamos a los procesos
progresistas de Latinoamérica, procesos patrióticos todos ellos, no
debiera dar tanto rubor predicar con el ejemplo.
A
pesar de sus aciertos de fondo, sus formas son un tanto discutibles,
como el hecho de proponer unas primarias abiertas en las que habría
una competición desigual dado que el partiría con una ventaja
abismal dada su constante presencia en los medios de comunicación.
Además, resulta contradictorio denunciar que un 15% de votos para
Izquierda Unida no son suficientes, que hay que aspirar a ser
mayoría, y continuar adelante con una candidatura teóricamente
minoritaria. Es decir, si el 15% de votos para IU no es suficiente,
más inservible será un 15% dividido en dos fuerzas electorales
distintas.
Algunas declaraciones suyas no tan conocidas como sus apariciones mediáticas (miren en Youtube el clasismo progre de
Pablo Iglesias) tienen un tufo a elitismo muy contradictorio con su
pretendido nacional-populismo, y nos hacen recordar que la
iniciativa, aunque muy interesante en lo discurso, viene de círculos
de izquierda compuestos por personas ''de una clase mucho más alta
que la mía'' (no en todos los casos, ni mucho menos). Y eso le da
unas limitaciones evidentes.
Y
ante este panorama con más sombras que claros, en el conjunto de
Europa avanza la derecha populista ofreciendo un proyecto político
más contundente que el de la izquierda, con recetas claras. No
descubro nada si digo que el Frente Nacional francés bebe del
desencanto con los partidos socialista y comunista y su incapacidad
para plantear alternativas al neoliberalismo. Más allá de sus
deplorables propuestas sobre limitar la inmigración dentro de las
fronteras de la propia Europa, Marie Le Pen habla claro sobre la
necesidad de un estado fuerte, sobre la protección de los
trabajadores (nacionales) frente a la rapacidad del capital, y en la
entrevista con La Sexta ayer en concreto, habló sobre las nefastas
consecuencias que ha supuesto la asunción del Euro como moneda única
con una contundencia que ojalá utilizasen algunos dirigentes de la
izquierda. Por suerte, la extrema derecha en España está lejos de
disputar a la izquierda una alternativa nacional y popular, pero si
la izquierda no comienza a construirla, tarde o temprano aparecerá en
forma de mounstro, con los horrores del nacionalismo agresivo e
imperialista que ha producido las mayores calamidades de la historia
humana.